Saturday, February 03, 2007

Carta de una mujer madura

Veo las rocas partidas por la carretera. Las plantas luchando por salir de entre las piedras. Las montañas cubiertas de follaje que se extiende a lo lejos. Y los vientos. Y yo soy parte de todo esto. Esto es mi mundo. No tengo edad. Ni nombre. Ni ciudad. Soy una parte diminuta de este cosmos que marcha sin cesar. Y soy una anciana que se refleja en el espejo. Pienso, anhelo, espero, sonrío y luego soy orgullosamente un ser humano en una dualidad estrecha Cuerpo-Espíritu. Uno que quiere descansar. Otro que quisiera volar. Un espíritu inquieto en la envoltura del anciano que me contempla enfrente. Quién soy? Una persona que siente, piensa, espera y ama. Poseo un cuerpo viejo pero en buenas condiciones. Una mente alerta, analítica, observadora y cuidadosa. Y un espíritu que guarda mis emociones, mis amores, mis intuiciones y mi fe. Hace unos años pensé que había llegado a los límites de mi existencia. Tenía 65 años catalogada por la sociedad como una anciana limitada a ese estado. Mis hijos adultos todos hacían su vida. Mi pareja me miraba como su primera y última propiedad, y mi futuro se reducía a tejer chambritas y guisar la dieta. Pero quiso el destino brindarme una segunda oportunidad y encontré dos escuelas. Una donde poder servir y ayudar, y otra donde poder aprender. Y me entregué de lleno a las dos. Cada año han ido aumentando mis satisfacciones y como planta marchita a la que se le pone agua y abono comencé a crecer. Como todo crecimiento tuvo su precio en problemas y dolor. Y he tenido que pagar el mío. Pero mi visión que ahora necesita lentes y se ha puesto periférica. Camino segura y firme. Ahora se que he venido a este mundo a intentar saber y aprender a amar. Trato de saber todo lo que alcanzo e intento amar todo lo que miro con esa verdad que tiene el verdadero amor. No el que sólo es pasión, sino el amor que ha dejado de imponer condiciones y ama tanto a la sombra como a la luz. Dios me concedió ser mujer. Y poder sentir la vida en mis entrañas. Invitar a la vida a llegar, entre risas y lágrimas. Hoy tengo 70 años. Y más planes y aspiraciones que nunca. En el último año el constante deseo del saber me ha acercado a seres humanos con ilusiones similares a las mías. Todos luchando en distintas áreas pero con un mismo frente común. La amistad ha embellecido mi vida y el conocimiento ha ampliado mi mente. Se que muchas a mi edad se quedan en el eterno analizar de cualidades y defectos pero yo prefiero revisar mis posibilidades. Se que puedo permanecer criticando mi pasado pero prefiero imaginar mi futuro. Reconozco lo que he sido pero prefiero anhelar lo que podré ser porque intuyo, siento y sé, en el fondo del corazón, que todos los triunfos nacen cuando nos atrevemos a comenzar.

*Transcripción de la ponencia de la Dra. Rosa Argentina Rivas Lacayo del día 14 de marzo del 2003 en el simposium "El impacto de la Globalización en el Desarrollo Humano".

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